Los finlandeses tienen alrededor de 40 palabras para referirse a las precipitaciones con nieve. Los inuits (los habitantes de las regiones árticas de América del Norte) tienen por lo menos cuatro términos en común para aludir a estos fenómenos, pero dado a que hablan tantas lenguas locales, en realidad podrían sumarse muchas más.
Cuando se vive en regiones donde hay nieve durante varios meses del año se encuentran muchos matices para nombrarla y describirla en su contexto. Un fenómeno humano que nos sirve para relacionarnos con el mundo.
Bien, pues lo mismo podemos decir alrededor de los sismos. Cuando vivimos en una zona telúrica —y en México, por ejemplo, millones de personas podemos afirmarlo— se vuelve necesario ir aprendiendo de estos fenómenos: expresarlos, definirlos, entenderlos… y en este ejercicio, ya tenemos, por lo menos, dos conceptos para familiarizarnos: terremotos silenciosos y microsismos.
Para explicar los primeros, imaginemos que estamos en un barco sobre las aguas azul intenso del Océano Pacífico, en Nueva Zelanda: navegamos la fosa de Hikurangi, espacio entre este país y Oceanía que es analizado por grupos de científicos, pues aquí ocurren centenares de “terremotos silenciosos o lentos” y quieren aprender más de ellos, de acuerdo a lo que reporta la agencia EFEverde.
Los sensores de estudio señalan que se registran terremotos muy intensos pero lentos, tan lentos que pueden durar varias semanas, por lo que no son detectados por los sismómetros, ni por la población. Estos movimientos no son exclusivos de esta área, sino que son característicos de las “zonas de subducción” (otro término para conformar nuestro vocabulario sísmico) que es como se llaman a las regiones que son muy activas en materia de sismos.
La página del Instituto Geofísico del Perú señala que, por ejemplo, ellos recientemente detectaron un sismo que duró ¡siete meses! y que liberó la energía equivalente a un movimiento de escala 6.7. Esto es un fenómeno positivo, pues este movimiento relaja la energía sísmica acumulada en el lugar.
En México también se estudia este fenómeno. El Instituto de Geofísica de la UNAM incluso tiene a la supercomputadora Kan Balam para analizarlos. ¿Qué desean encontrar los científicos? Quieren comprender mejor a los sismos silenciosos para elaborar modelos predictivos: saber si su ocurrencia evita o retrasa que haya sismos “comunes” o en qué casos pueden incluso ser un aviso de ocurrencia.
Los microsismos
Si los sismos silenciosos son temblores de grandes magnitudes que ocurren de manera muy lenta, los microsismos son exactamente lo contrario: terremotos de pequeña magnitud, que ocurren en áreas muy específicas y duran apenas unos segundos.
El Instituto de Geofísica de la UNAM y el Servicio Sismológico Nacional señalan que los microsismos son movimientos que se producen en suelos caracterizados por pequeñas rupturas de la tierra, cercanas a su superficie.
Hay teorías que indican que los microsismos podrían ser una repercusión de grandes sismos generados en las costas.
El departamento de Sismología del Instituto de Geofísica de la UNAM también ha explicado que un microsismo puede provocarse por otras circunstancias, como por ejemplo explosiones cercanas, hundimientos y movimientos de tierra como consecuencia de lluvias intensas.
Son movimientos distintos a los sismos que registra nuestro país al formar parte de una importante franja volcánica (el Cinturón de Fuego del Pacífico). De hecho, el Servicio Sismológico Nacional lleva un registro de ellos desde 1974 y señala que en todos esos años, la Ciudad de México ha registrado menos de 300 movimientos de esta naturaleza.
Ahora sabemos un poco más de los movimientos de la Tierra: cada palabra nos ayuda a comprenderlos mejor.
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